Muchas veces, sentimos culpa cuando no cumplimos con las expectativas que nos hemos autoimpuesto o con los deseos o las expectativas que otras personas "nos han colgado".
Ayer, en un taller de gestión de emociones, cuando pedí que me dieran un ejemplo de emoción que les cuesta gestionar, la primera que salió fue LA CULPA.
Una de las asistentes nos contaba cómo, cada vez que responde de forma brusca, o decide negarse a hacer algún favor o a cumplir con los designios de alguien, siente una inmensa y amarga culpa. Ella me decía, "creo que es más un sentimiento que una emoción".
Con esto solemos confundirnos, porque, si nos cuesta en ocasiones distinguir entre distintas emociones ("Estoy ofendida/furiosa/celosa..."), más nos cuesta distinguir entre una emoción y un sentimiento.
Si bien hay mucha literatura sobre el tema, podríamos decir que:
- Una emoción es un conjunto de reacciones psicofisiológicas que ocurre de manera espontánea y "automática"
- Un sentimiento es la interpretación que hacemos de esas emociones y se regula mediante nuestros pensamientos
De todos modos, cuando una persona siente miedo, o ira, no sé hasta qué punto le interesa saber en el momento preciso si es una emoción o un sentimiento. Aunque es importante aprender a distinguir las emociones y, claro está, los sentimientos; no tanto entre ellos como tomar consciencia de lo que estamos sintiendo.
¿Por qué es importante distinguir las emociones?
La emoción nos invade, llega sin preguntar, y toma el control de nuestra mente y por tanto de nuestras acciones.
Por ejemplo, te enfadas de forma abrupta con alguien y el tono postural, de voz, todo tu lenguaje verbal y no verbal se mimetiza con ese estado agudo de enfado. Estábamos "bien", relativamente, y de pronto no podemos controlar la emoción ni nuestro comportamiento.
Bueno, en verdad, es muy difícil conseguir no dejar entrar la emoción. Pero es posible aprender a gestionarla. Podemos identificar, rápidamente, cómo nuestra fisiología se ve afectada, nuestro estado mental también, y podemos detectar que esa lluvia de imputs y de cambios psicofísicos corresponden a un estado de enfado o ira. Y sabemos cómo solemos ponernos cuando esto sucede. Si no nos gusta, o querríamos evitarlo, en este momento, cuando hemos incorporado la cognición a la ecuación, podemos inhibir, reducir, filtrar las acciones de esta emoción, y a su vez, cíclicamente, al reducir el estado de enfado, enviamos imputs contradictorios a nuestro cerebro, indicando que hay calma, o no enfado, y que estamos mejor. Así que poco a poco nos vamos calmando en todos los sentidos.
Esto se puede hacer. Y como casi todo en la vida, requiere de entrenamiento, y de motivación para ejecutarlo. También puede variar nuestro grado de capacidad de gestionar dependiendo de nuestro estado de ánimo o nuestras circunstancias vitales concretas, pues no siempre reaccionamos igual, y dependiendo de con quién interactuamos, pues no todas las personas nos entienden o nos irritan por igual, y también dependerá de la gravedad... En fin, puede haber muchas variables en juego, pero la fórmula suele ser la misma:
RECIBIR LA EMOCIÓN ➡ IDENTIFICARLA
➡ SI ES AGRADABLE O ADAPTATIVA ABRAZAR LA EXPERIENCIA
➡ SI ES POCO CONVENIENTE O ADAPTATIVA REESTRUCTURAR EL PENSAMIENTO PARA REDUCIR O MINIMIZAR EL IMPACTO, DANDO PASO A OTRAS EMOCIONES MÁS OPORTUNAS
En el ejemplo de la asistente, si negándose a hacer un favor a alguien que considera injusto para ella, debido a la insistencia de la otra persona ella llega a levantar la voz o a dirigirse a su interlocutor de forma brusca, y por ello luego siente culpa. Un ejercicio mental interesante es el siguiente:
- Identificar la emoción: culpa
- Identificar las posibles causas: ser ruda y no ayudar a la otra persona
- Reestructuración cognitiva: reflexionar sobre el tema
Por ejemplo, reconociendo que quizá podría haber sido más agradable mantener un modo afable de responder, pero que no ha podido ser y entendemos que nuestra reacción es mejorable pero que no ha sido grave dada la insistencia de la otra persona, quien debería según nuestro parecer replantearse su actitud; y como el pasado no se puede cambiar, proponernos intentar responder con mayor amabilidad o tacto en la próxima ocasión.
En cuanto al favor en concreto, analizar el por qué de nuestra negativa y entender nuestro punto de vista, y apoyarnos. Para esto, hay una máxima que ayuda a diluir la culpa:
- Si anteponemos nuestros deseos a las necesidades de l@s demás, es egoísmo
- Si anteponemos nuestro deseos y/o necesidades a los deseos o caprichos de l@s demás, es amor propio
Igualmente, si nuestra respuesta se enmarca más en el primer caso, que anteponemos nuestros deseos a la necesidad de otra persona, evidentemente esto puede tener lecturas y repercusiones muy diferentes (dejar a alguien pasando hambre para saciarnos plenamente no sería lo mismo que comprarnos algo que nos apetece hace tiempo en vez de donar esa cuantía a una fundación u ong...; cada un@ habrá de reflexionar sobre sus acciones y con sus contradicciones plantearse hasta qué punto su negativa es egoísta o las demandas de la otra persona también lo son; si decidimos anteponer las necesidades de otr@ a las nuestras, que sepamos muy bien que eso es lo que estamos haciendo y lo hacemos por una situación específica que consideramos que merece la pena.
Muy buen post!
ResponderEliminarM'ha agradat molt diferenciar l'amor propi del egoisme, t'expliques molt bé
ResponderEliminarGracias 😊
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