La exigencia, ¿un bien preciado?


Ser exigente con uno/a mismo/a y con los demás es bueno… pero en su justa medida. El conformismo, la resignación en cualquier caso, es lógicamente malo. Pero exigirse siempre el 100% es tener una idea distorsionada de la vida y de uno mismo. Porque no existe ese 100 %. Tarde o temprano te equivocarás, a alguien algo de ti o que has hecho no le gustará…

Buscar el 100%: el mayor error
Por ejemplo, si te presentas al examen de conducir puedes fallar, ¿cuánto, hasta 3 o 4 veces…? ¿Y pretendes no fallar nunca en otros aspectos de tu vida? ¿Como hijo/a, como madre/padre, como cuidador/a, como profesional, como consumidor/a…? ¿Te exiges a ti mismo/a más de lo que se exige en las oposiciones más rigurosas?
Esto en parte ocurre porque nos formamos una idea estandarizada (basada en estereotipos de belleza, productividad, agilidad, etc.) de cómo debemos ser. Qué se esperaría de una persona exitosa en todos los sentidos. Ése sería nuestro Yo ideal. Cuántas más discrepancias haya entre ese Yo ideal y lo que somos, el Yo real, peor autoconcepto tendremos y peor autoestima.
Sería muy beneficioso reformular nuestro Yo ideal, a un Yo realista, y acercarnos poco a poco, con senos y valles, con errores, con tanteos, a ese Yo revisado, aproximándonos desde nuestro Yo real o actual.

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