Cuando vas por la calle, caminando por una zona concurrida,
o viajas en un transporte público, y se te acerca demasiado alguien que habla
solo, tu reacción quizá sea la de ponerte a la defensiva: apartarte todo lo que
puedas, incluso desplazarte, coger con fuerza tu bolso, hacer movimientos de
cejas para avisar a tu acompañante o a los individuos que estén en la
proximidad de que hay un personaje extraño, realizar muecas de complicidad con
otros transeúntes o viajeros, etc. En algún caso, según sea la persona que está
parloteando, sentirás miedo y te alejarás completamente, o buscarás una
distancia de seguridad para poder “chafardear” a gusto qué más hace ese loco
para dar la nota.
En estas situaciones, nuestro miedo o aprensión tiene una
lógica adaptativa: las probabilidades de que ese sujeto que habla solo no esté
en su sano juicio son elevadas y las de que pueda hacer algo impredecible o que
pueda ser perjudicial quizá sean más reducidas aunque sigue habiendo un riesgo.
Pero esto es así porque la gente que llama la atención, por ejemplo en un
metro, hablando en voz alta, suele comportarse de forma inusual, es decir, tal
vez su lenguaje no verbal dé signos de extravagancia o parezca inoportuno, su
apariencia física o forma de vestir deje mucho que desear, en muchos casos se
trata de personas con pinta underground
o directamente son homeless, también
pueden echar peste a alcohol o ir colocados… En realidad, son muchas las
maneras de salir de los esquemas que consideramos normales y muchas las causas
posibles por las que un hombre o una mujer hablen solos. Podría haber una
enfermedad mental, de las graves, o un claro abuso de sustancias… No nos
conviene exponernos.
Hasta aquí está claro. Sin embargo, ¿esa persona está hablando
sola o está hablando con alguien a quien no vemos? A quien no vemos porque no
existe o porque no se encuentra presente… Y es que las alucinaciones y los
delirios son una forma de pensamiento distorsionada, que ocurre cuando una persona
sufre un deterioro cerebral (demencias…), una lesión o infección cerebral (traumatismos,
virus…), por consumo de ciertas sustancias con poder alucinógeno (alcohol y/o
cannabis en situaciones extremas, LSD…), o bien por una enfermedad mental
(trastorno bipolar, esquizofrenia…). Si la vecina del quinto delira, por ejemplo, quizá te vea a ti a su lado pero crea que eres la Virgen María y te trate como a tal; si esa señora alucina, tal vez mire al horizonte o cierre los ojos y vea y/u oiga a su madre insistiéndole en que se arroje a las vías del tren porque su existencia no
vale la pena… Se considera que las alucinaciones en segunda persona (“tú haces”,
“tú debes…”) son más frecuentes en los trastornos bipolares, sobre todo en fase
de depresión mayor. Y las alucinaciones en tercera persona (voces hablando
sobre ti, riéndose de cómo eres, “él está loco”, “es un perdedor”…) son propias
de los trastornos psicóticos, como la esquizofrenia.
Así, quien habla solo pero está hablando con alguien,
podríamos decir que está “loco”, al menos transitoriamente. Su conducta resulta impredecible para el resto de nosotros y, aunque son pocas las veces en que se pone en
peligro a los demás, es verdad que ocurren cosas y prefiramos no exponernos.
Otro gallo canta cuando alguien está hablando solo pero con
toda la lucidez del mundo porque sabe que está manteniendo un diálogo, un
soliloquio, consigo mismo. Está enfatizando algo, practicando una lengua extranjera, intentando
memorizar una contraseña, imaginando un reencuentro con un amigo especial, reviviendo una
conversación en la que no quedó bien parado con su jefe o un familiar… quién
sabe. Son múltiples las situaciones en las que las personas hablamos solas, y
eso no implica que haya un trastorno mental como telón de fondo. ¿Puede una persona trastornada hablar
sola? Sí, claro. ¿Puede una persona cuerda hablar sola? Sí, claro, también.
Además, en realidad parece que es recomendable hablar con
uno mismo. Por un lado, ayuda a aprenderse la lección (estudiar en voz alta,
por ejemplo) y favorece la buena ejecución de una tarea cognitiva (al decir la
palabra se ayuda a la percepción y a los procesamientos cerebrales). Y en
cuanto a la dimensión emocional, dicen los entendidos que transformar una
vivencia emocional en un recuerdo verbal, encontrando palabras para aquello que
nos ha pasado o hemos experimentado, nos ayuda a superar lo vivido y a mejorar
psicológicamente.
Eso sí, también dicen que hablar del presente es saludable,
pero que hablar del pasado puede ser un arma de doble filo. Reflexionar sobre
un hecho pasado que nos causó malestar o nos dio problemas suele servir para
aprender, para no tropezar con la misma piedra, para verbalizar esa herida
emocional que costaba cicatrizar… No obstante, si nos quedamos atascados en el
recuerdo y la repetición de aquel hecho desagradable, lo que conseguimos es
capturarlo, mantenerlo, consolidarlo en nuestra memoria a largo plazo y
atormentarnos de forma insistente con algo que deberíamos dejar pasar simplemente
para sentirnos mejor.
En definitiva, no se trata de ponerse antiojeras y de no ser
autocríticos, si bien tampoco de darnos la paliza con lo que hacemos mal o lo que
nos han hecho los demás porque esa actitud no nos ayudará a salir a flote y evolucionar.
Y en cuanto a hablar con mascotas y con plantas, ¡qué buena
ocurrencia!
jeje me qedo más tranquilo
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