En estos últimos años he estado desarrollando mejores dotes
comunicativas, o al menos eso es lo que pretendo haber estado haciendo, debido
en parte al propio proceso de maduración pero también por el hecho de haber
estudiado psicología y, en ese sentido, sobre todo a raíz de haber tenido que
preparar unos talleres sobre asertividad.
Para mí se trató de un gran reto personal y además me sirvió
como curso autoimpartido acerca de este tema. Lo primero que me planteé fue: “¿cómo
transmitir a un grupo de personas las técnicas asertivas, para que las apliquen
en su día a día, si yo no soy capaz de hacerlo siempre?”. Ahora ya no me formularía la misma cuestión, y no por el hecho de haber aprendido a ser
asertiva en todas las situaciones -que quienes me conozcan podrán evaluar-, si no por haber comprendido que “cada uno lo
hará lo mejor que pueda”; eso sí, ese límite es subjetivo, por tanto ambiguo, y
muy difícil de concretar.
En otra ocasión escribiré sobre la asertividad en general,
que podría entenderse como “la capacidad para expresar hábilmente opiniones,
intenciones, posturas, creencias y sentimientos”. O también, con mis palabras: “una manera de comportarse y responder a los demás políticamente correcta, respetando los propios intereses y deseos”.
Mi intención al sentarme hoy a escribir no era la de
desarrollar este asunto. Más bien me intrigaba una pequeña reflexión,
transcurrida en mi mente, sobre las circunstancias en las que puede o
convendría aplicarse la asertividad. Éstas serían, por ejemplo:
- hacer una petición
- recibir o realizar un cumplido
- decir que no / denegar una demanda…
Ahí me detengo. Este aspecto en concreto me dio más de un
quebradero de cabeza en el pasado. A mí me costaba, y tal vez todavía me cueste
un poco, decir que no. Y especialmente me resultaba difícil negarme
y quedar libre de culpa, pues este sentimiento a continuación ocupaba parte de mi pensamiento
y me hostigaba mientras yo se lo permitiera. Bien, como tenía identificado
el problema, me dediqué a trabajarlo chinochano y aún sigo en ese camino.
Pero estos días, observando la conducta de algunas personas de mi entorno,
tuve la sensación de que les costaba decir que sí. La rigidez mental, los
complejos, la vergüenza, la culpa… actúan como obstáculos para relacionarse con
los demás y enriquecerse de distintas actividades y compañías, así como de momentos
de entretenimiento, etc. Entonces me puse a pensar en la importancia que yo le había
dado, y que mucha gente le da, a aprender a negarse ante las demandas, y lo relegada que quizá
quedaba la posibilidad de asentir con más frecuencia.
Es probable que asuste lo incierto, lo irreconocible para
nosotros. Que prefiramos quedarnos en un lugar común, cómodo, sin imprevistos
ni riesgos. Suele ser saludable, porque evita los peligros. Pero a la vez puede
resultar más aburrido, o quizá en cierto modo hasta menos saludable, al fin de
cuentas, que la opción de atreverse en mayor o menor medida a lo desconocido.
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