Una mujer me preguntó en referencia a la
motivación: “¿Cómo haces para estar motivada cuando te encuentras deprimida y
no quieres hacer nada, cuando no te interesa nada?”. Esto fue durante una charla que yo estaba dando sobre funciones cognitivas.
En realidad, solita me metí en
ese atolladero, puesto que estaba explicando que en la base de la atención está
la motivación. Para
prestar atención, para concentrarse en las actividades y poder aprender,
recordar, crear…, hace falta estar motivado. Eso nos llevó a hablar del estado de ánimo y de los déficits en la motivación
cuando una persona se encuentra con baja eutimia o deprimida. Yo les decía que la depresión es una gran
enemiga de la mente, ya que muchas veces quienes sufren un proceso depresivo, especialmente
de depresión mayor y aun más cuando se la padece en la senectud (depresión
tardía), ven mermadas sus capacidades cognitivas. Suelen quejarse de falta de
memoria y de atención, así como de una reducción de las habilidades
comunicativas, lingüísticas, etc. En ocasiones, incluso se confunden los signos
y síntomas depresivos con la demencia. También ocurre que los pacientes de
demencias, en las primeras fases de su enfermedad, pueden deprimirse. Pero
eso es harina de otro costal, allí estábamos comentando las secuelas de la
depresión en las funciones cognitivas.
Dado que esta situación no es
deseable, les aconsejaba que se mantuvieran activos, que alimentaran la
curiosidad, el interés por las cosas y por aprender, para no deprimirse y
quedarse en casa aislados. Llegados a este punto, la señora de la que os
hablaba, me soltó esa interesantísima pregunta. Yo le aseguré que hay que
superar la depresión, que hay que actuar. Y ella me respondió: “¿Y si no
puedes, no es un círculo vicioso?”. “Hay que romperlo”, insistí. “¿Se puede?”,
preguntó ella.
Sí, yo creo que sí. En la charla
expliqué que hay que discriminar el tipo de depresión –hace falta un
diagnóstico- y el curso y pronóstico. Que a veces es necesario recurrir a los
psicofármacos y/o al tratamiento psicológico. Entonces otra mujer preguntó: “¿Qué
es mejor, medicamentos o psicoterapia?”. Sobre este tema sí que ha corrido
tinta en la historia de la psiquiatría y de la psicología...
Bueno,
la verdad es que se había abierto un debate. Y como yo era quien había ido a soltar el rollo, con cara de póquer
dije: “Depende, ya que una cosa es sentirse deprimido y otra es padecer una
depresión de manual psiquiátrico”. Expliqué que hay personas que necesitan los
fármacos para seguir adelante, para paliar el dolor. Otras personas, que se
encuentran en situaciones diferentes, pueden trabajar para gestionar sus
emociones y mejorar su estado de ánimo. Si se padece una depresión mayor, hay
que tomar antidepresivos. Si bien en general es más eficaz combinar la terapia
farmacológica con la psicológica. Y si una persona tiene un dolor psíquico,
reactivo a un acontecimiento como una muerte, una separación, un despido
laboral, etc., tiene la voluntad de mejorar y la química –la propia- le
acompaña, probablemente saldrá a flote sin necesidad de pastillas. Bueno…, algo
así es lo que comenté y al grupo le pareció bien, me parece. El tema desde
luego tiene su complejidad.
Y aún quedaba esa otra pregunta,
la que cité al principio sobre la motivación. En realidad, va ligada a todo
este embrollo de los psicofármacos y los psicoterapeutas. Sin duda, hay que encontrar la
motivación. Algunos mejoran con los medicamentos, otros con terapia
psicológica, otros con libros y cds de autoayuda… O con una combinación de todo
ello. Ah, sin olvidarnos de las bondades del cura del pueblo, la monja de instituto, los amigos
buenrolleros o la familiar que sabe escuchar o sabe opinar y dirigir la vida de
los demás. Pero, insisto, existen casos en los que es necesario ponerse en manos de
profesionales. La depresión es una enfermedad mental y tiene que tratarse en
la consulta de los especialistas. En ocasiones no se padece depresión pero uno
se siente triste, decaído, etc., y los profesionales también le aconsejarán.
Con profesionales me refiero a psiquiatras y psicólogos. Nadie más debería
diagnosticar y decidir el tratamiento. Cada vez más se ocupan de ello los médicos de cabecera, a pesar de tener menos conocimiento sobre este asunto
que los psiquiatras y psicólogos –los
cuales se complementan, puesto que los primeros la mayoría de veces no evalúan tan profusamente como los segundos y su intervención suele ser
farmacológica, mientras que los segundos se encargan de los aspectos psicológicos
de la evaluación e intervención-. En fin, que la evaluación y el tratamiento debería llevarse
a cabo por especialistas en la salud mental.
Y como me pongo a divagar y
pareciera que pierdo el hilo, regreso al punto de partida que era la motivación. Y
cierro: sí que es posible romper el círculo vicioso -aunque en ocasiones resulte mucho más difícil que en otras-, es decir, sí que hay posibilidad de cambiar el
estado de ánimo. Y aquí el fin justifica los medios: si se necesita tomar fármacos, los
efectos secundarios y adversos se ven recompensados por la mejoría clínica.
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