Muchas familias se enfrentan con la necesidad de decidir si ingresar a su pariente (padre, madre, tío...) en una residencia geriátrica, o bien organizar el domicilio de la persona dependiente para que pueda permanecer allí -algunas veces el planteamiento es llevarla al propio hogar de los familiares cuidadores-.
A grandes rasgos, las mayores ventajas de ingresar en un centro residencial serían: contar con un servicio integral (asistencial, médico, fisioterapéutico, psicológico y de estimulación cognitiva, de asistencia social, de animación sociocultural e incluso a menudo de servicios complementarios como podología y peluquería), una red social formada por el equipo y los demás residentes, así como un servicio de hostelería (lavandería, aseo de la habitación, comidas, etc.). En principio, se trataría de la mejor opción para personas con un alto grado de dependencia, en especial si hay deterioro cognitivo. Estas ventajas repercuten más en la persona mayor que ha de ingresar en el centro, pero también lógicamente en las familias cuidadoras, porque libera a éstas de parte de la carga y reduce el tiempo necesario para encargarse del anciano; de este modo, el tiempo que se le dedica a la persona dependiente podría ser de mayor calidad (paseos, juegos, conversaciones amenas...), si bien en muchas ocasiones no ocurre esto porque los familiares poco a poco se desentienden o van ocupando esa disponibilidad que tendrían para el anciano en otras actividades.
También un beneficio, incluido en la opción asistencial, consiste en el servicio médico; remarcable sería la seguridad de tener ayuda en caso de accidente o de empeoramiento agudo de la salud, pues el miedo de muchas personas es permanecer solas con dolor o fallecer sin compañía. En un centro residencial las probabilidades de morir solo son menores y si se necesita asistencia suele obtenerse con relativa rapidez.
Por último, si bien las residencias no son económicas y en la actualidad es difícil acceder a una plaza pública o concertada, la opción del ingreso en muchas ocasiones se presenta como una solución más barata que permanecer en casa con un alto grado de dependencia y necesidad de cuidados de todo tipo, especialmente si además se ha de pagar un alquiler, o una hipoteca, y teniendo en cuenta el costo económico de contratar a personal especializado; no así en caso de que la familia asuma el cuidado mayoritariamente o de que se “contrate” a personal no cualificado y/o bajo condiciones poco deseables -por desgracia, se dan casos de diversa índole de explotación laboral-.
Por último, si bien las residencias no son económicas y en la actualidad es difícil acceder a una plaza pública o concertada, la opción del ingreso en muchas ocasiones se presenta como una solución más barata que permanecer en casa con un alto grado de dependencia y necesidad de cuidados de todo tipo, especialmente si además se ha de pagar un alquiler, o una hipoteca, y teniendo en cuenta el costo económico de contratar a personal especializado; no así en caso de que la familia asuma el cuidado mayoritariamente o de que se “contrate” a personal no cualificado y/o bajo condiciones poco deseables -por desgracia, se dan casos de diversa índole de explotación laboral-.
Los inconvenientes serían: el abandono del domicilio (duelo por pérdida de referencia, muebles, recuerdos que se han acumulado...) así como la falta de un entorno “familiar” tanto en el hogar como en el vecindario, la reducción o supresión del espacio íntimo (pasar de una casa a una habitación y, en ocasiones, a compartir dicha habitación con un extraño), regirse por normas que han sido impuestas por la institución -por tanto, pérdida de autonomía-, el roce de la convivencia con otras personas, ya sea al compartir habitación como espacios comunes (disputas por el uso del televisor, etc.) y, entre otras cuestiones, es posible quedar relegado de la vida familiar.
En cambio, las ventajas más destacables de permanecer en el domicilio serían evitar precisamente los inconvenientes del ingreso en un centro: mantener la familiaridad y el hábitat con los recuerdos, mobiliario, vajillas, etc. de toda una vida, sentirse en casa y cómodo también en el entorno exterior, tener más espacio privado en la mayoría de casos que en una residencia geriátrica, mantener la autonomía y “hacer en casa lo que uno quiera” -incluso probablemente aunque se conviva con familiares-, evitar discusiones con extraños y, en muchos casos, mantener mayor contacto con hijos u otros familiares en parte por la responsabilidad que tienen de organizar el domicilio y las necesidades del anciano.
En cuanto a las desventajas, la más importante sería: no disponer del mismo modelo asistencial integral con el que cuenta un centro residencial -si bien con frecuencia se cubren las necesidades médicas básicas y la asistencia en AVDs (actividades de la vida diaria), es menos habitual cubrir las necesidades de apoyo emocional, estimulación cognitiva, entretenimiento, etc., así como de fisioterapia, podología... a domicilio; todo ello es posible, y sería en ese caso la situación ideal (quedarse en casa con una atención pormenorizada integral), pero se requieren más recursos económicos y también voluntad por parte del anciano y de sus familiares, y para ello suele haber resistencias-. También la persona puede encontrarse más sola si no dispone de una fuerte red social (amistades y familiares con quienes compartir), probablemente se realicen menos actividades de ocio...
Habría muchas más cuestiones que tener en cuenta y, seguramente, dependen en gran medida de cada caso particular. Sin embargo, aquí quedan recopiladas algunas variables que entran en juego en ambas situaciones (residencia y domicilio privado).
Para finalizar, me gustaría enfatizar la necesidad de contar con la figura del psicólogo tanto en una residencia geriátrica como en el domicilio particular. En la actualidad, los centros residenciales públicos o concertados tienen la exigencia legal de disponer de un psicólogo para la atención de los residentes. Los centros privados no están obligados por ley, de modo que en función de la filosofía de la institución optan por integrar a su equipo a un psicólogo o no. Y dado que el objetivo fundamental de este profesional sería el bienestar de los residentes (no sólo la evaluación psicológica y cognitiva, y el seguimiento, sino también apoyo emocional, counselling, por ejemplo un acompañamiento en enfermedades terminales, apoyo a las familias y mediación con ellas, etc.), es altamente recomendable poder acceder a sus servicios al ingresar en un centro, y adaptarse a él, y durante la estancia en las circunstancias que lo requieran. En cualquier caso, si la persona dependiente se queda en su hogar o en el de un familiar que se habilita para tal fin, también resulta muy útil contar con el asesoramiento psicológico y a menudo, sobre todo, si hay deterioro cognitivo, con sesiones de rehabilitación cognitiva y apoyo emocional -en verdad, aunque no se trate de un proceso de degeneración de las capacidades intelectuales, afrontar el deterioro físico, la enfermedad... en definitiva, la dependencia, puede ser difícil y por tanto resultaría conveniente obtener ayuda especializada-.
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